Cuento de terror en el que dos empleados de un hotel a punto de cerrar empiezan a buscar fantasmas en el edificio en el que trabajan en Connecticut. West continúa la senda ascendente de su obra que a estas alturas ya lo convierte en el mejor director de cine de terror americano trabajando ahora. Se olvida de las referencias a la década de 1980 y redondea una obra maestra. West da un paso adelante en el retrato de los personajes, en el tono inocente de la historia y en la visualización de la amenaza que ningún “maestro” del terror se atrevería. Trata de recuperar el “como si” no se hubiera visto nunca una película de terror (en ese sentido, el primer susto resulta desestabilizador por su sencillez). De esta forma, el film evita los molestos clichés de las historias de fantasmas, los personajes expresan sus miedos más profundos, hay cierto juego con la teatralidad y el gesto de Rivette, la puesta en escena adquiere una fluidez casi invisible, los fantasmas tienen una corporalidad que no necesita de efectos y la puerta que se cierra al final es una declaración de principios (que vuelve a plantear la escisión clave en la historia del género de terror en 1957 entre Tourneur y Fisher). La escena en que la pareja protagonista baja al sótano y tiene una conversación resuelta en plano y contraplano y la amenaza en off visual es una de las mejores definiciones del terror. Ti West ha hecho en sus cinco films más por el género de terror que cualquier director en los últimos 30 años. Y lo mejor es que parece que tiene más para dar aún.