Thriller en el que una enfermera atropella y mata a un hombre que queda atrapado en el parabrisas de su auto en Providence. Inspirado en un caso real. Gordon cierra su trilogía de los horrores humanos, después de King of the Ants (2003) y Edmond (2005), como uno de los directores americanos en mejor forma de la actualidad (no sólo del cine de terror). Utiliza un caso real sólo como disparador para explorar un humor negro y perverso, poner al espectador en un lugar incómodo y hacer una crítica social aguda. Pero lo mejor es que todas estas ideas encuentran su sostén en la puesta en escena. En ese sentido, la utilización de los primeros planos (de Mena Suvari recibiendo la pastilla de éxtasis en la boca y del homeless que se acerca a Stephen Rea en la calle) son tan bellos como perturbadores. El uso de los planos secuencias, la plasticidad de los movimientos de cámara y los encuadres muestran un sorprendente refinamiento estético. La escena de sexo se confunde con el horror con el malicioso insert de la cabeza rompiendo el vidrio. En el fondo Gordon no necesita expresar simpatía por sus personajes para extraer algo de compasión. Realmente están los dos atorados. Stuart Gordon encuentra el mismo camino que Tod Browning. El terror no es sólo un género, sino un afecto que se adapta a cualquier relato.