Cuento de terror en el que una estudiante es acosada por un miembro de un culto satánico en Montreal. Devereaux debuta en la dirección con un proyecto semi amateur filmado a lo largo de varios años en 8 y 16mm, en color y blanco y negro. Si bien no puede evitar algunos excesos visuales manieristas, ya muestra sus aptitudes para el género de terror. La inquietud de un debutante ayuda a sostener la propuesta y eleva el atractivo del film muy por encima de su presupuesto. La cámara en constante movimiento sigue obsesivamente a su protagonista y crea una atmósfera de constante desasosiego y tensión. Devereaux muestra un dominio casi musical de las imágenes, en especial en la escena en que la protagonista camina por un parque, resuelta en largos travellings laterales y envolventes, seguidos por un rápido montaje de planos fijos al momento de darse vuelta y advertir la presencia extraña que la sigue. Las secuencias en blanco y negro agregan un toque aun más aterrador al film. El rostro de la protagonista que carga con la belleza de no sentirse tan bella, la relación amable pero desconfiada con su novio, el diseño sonoro inquietante de la banda sonora, el excelente uso que hace de los planos detalle, la recurrencia de los objetos redondos o circulares que marcan el desarrollo del relato y la oportuna inclusión de un largo flashback sobre el final que se ahorra una previsible resolución son aspectos que ayudan a redondear un film que si bien no quedará en la historia del género, respira frescura e inventiva en cada plano.