Cuento de terror en el que un conde regresa a su castillo para torturar a su familia en un país báltico durante el siglo XIX. Bava se toma su tiempo para presentar a los personajes y comenzar la acción. Mientras tanto, construye una tensión y una atmósfera modélicas. La postura fantástica vacilante entra en los laberintos de una mente perturbada. Dementia 13 (1963) tenía un planteo similar, pero no estaba tan lograda. En el fondo Bava escenifica una cruel historia de amor, placer, odio y dolor.
La fusta e il corpo tal vez sea la obra maestra de Mario Bava, una especie de cuento gótico pervertido, atravesado por una malsana atmósfera erótica y sexual, que su puesta en escena logra llevar al terreno de la abstracción. En esta película la utilización del color, de los planos detalles y de los primeros planos alcanza el punto más alto en su obra. Si bien la trama juega con cierta concepción sobrenatural, lo hace desde el punto de vista de la introspección en la mente de su protagonista femenina. De hecho, La fusta e il corpo puede verse como una versión femenina de Vertigo (1958) de Alfred Hitchcock. Y anuncia futuras derivaciones del cine de terror: la sexualidad de Rosemary’s Baby (1968), la utilización subjetiva y aterradora de la música de Halloween (1978), el castillo o casa encantada como cerebro de The Shining (1980) y la tendencia sadomasoquista de Clive Barker en Hellraiser (1987). Al mismo tiempo que define la particular búsqueda de la intensidad del cine de terror italiano. Esa búsqueda paradójica y por momentos histérica que deriva en la truculencia y alcanza en Dario Argento uno de sus puntos más altos. Dos secuencias para destacar en un film repleto de bellas soluciones visuales: el deambular de la protagonista por los pasillos del castillo resuelto con un travelling en el que los claustrofóbicos primeros planos y los sonido/recuerdo de los latigazos expresan toda la violencia contenida del relato. Y la búsqueda de los personajes del supuesto fantasma del conde en la que los colores verdes en el fondo se convierten en un rojo infernal cuando un montaje muestra a la protagonista con la cabeza baja en su habitación.