Comedia dramática en la que un niño de diez años de una escuela católica quiere hablar con Dios después de la muerte de su abuelo Philadelphia. Shyamalan inicia modestamente su carrera en Hollywood con un film que muestra algunas de sus futuras inclinaciones. Pese a que puedan resultar incómodas la gravedad de tono matizada por un humor naif, la constante utilización de la voz en off del protagonista y la predisposición a someter a los niños a conflictos de adultos, no se puede negar que la película tiene sus méritos. Shyamalan es uno de los pocos directores del Hollywood contemporáneo que puede sostener el plano por más de cinco segundos, que muestra cierta elegancia en el momento de cortar, que utiliza un ritmo calmo para que la belleza surja naturalmente y que cuela sutilmente una angustia existencial. Solamente por eso es valioso. Después, que el discurso religioso sólo hable para los convencidos, que se escapen moralismos y didactismos, que el uso de fundidos, flashbacks y la música sea discutible y que el giro final pague el precio de ese ritmo moroso, son cuestiones que se pueden pulir. Shyamalan todavía no había encontrado el terror, pero sus películas ya apuntaban a ese lado. Para bien o para mal.