Cuento de terror en el que la esposa de un científico empieza a sospechar de los experimentos con animales de su marido en una granja de New England. Fessenden hace uno de los primeros acercamientos ambientalistas al género de terror. Todavía debe pulir cierta inocencia discursiva y la inclusión de elementos perturbadores (la historia depende demasiado de una ¨money shot¨ que recién llega al final). Pero como relectura del mito de Frankenstein y de la figura del mad scientist en los tiempos de las corporaciones médicas, de los derechos de los animales y de la aparición del SIDA, la película resulta tan válida como valiente.
Fessenden muestra un dominio formal (la utilización del sonido, el montaje, la música, la dosificación de la información y los movimientos de cámara) muy por encima de los de un debutante (su experiencia con las películas filmadas en video en la década de 1980 se hace notar). Evita la sensación de déjà vu de la premisa argumental típica de una película de terror (pareja que se muda al campo para el verano) gracias al retrato que hace de la protagonista, inquieta y con inclinaciones artísticas, y a dejar al esposo ocupado con sus experimentos de los que apenas vemos algo. En ese sentido, el film elude la tradición gótica del género, utiliza la puerta cerrada de Tourneur y durante buena parte del metraje se comporta como un drama contenido y algo melancólico (la escena en que la protagonista abandona la posibilidad de una infidelidad). Sólo algunas imágenes de animales muertos van puntuando el relato hasta la horrorosa revelación final.