Cuento de terror en el que una anciana es asesinada por sus familiares para cobrar la herencia y su gata cobra venganza en una casa del campo de Inglaterra en la década del 1900. Obviamente un guión con un gato asesino consciente va a tener innumerables problemas de verosimilitud. Gilling opta por un tono de comedia al dirigir a sus actores de la forma más deadpan posible. Las cámaras subjetivas con el lente deformado desde el punto de vista del gato y sus apariciones acompañadas por una chillona banda sonora acercan el resultado rozan la brillantez camp. Más allá de la impavidez de los rostros de los personajes y de que se pasen toda la película tratando de averiguar lo que el espectador sabe desde la primera escena, el film no deja de ser un crowd pleaser porque el gato se gana inmediatamente la simpatía del público.