Comedia dramática en la que unos viejos especialistas de los spaghetti westerns filmados en la década de 1960 dan un espectáculo sobre el Oeste en Almería para no perder las tierras. La película no es un homenaje al spaghetti western (ni siquiera al western clásico), sino una comedia dramática que retrata a unos personajes perdidos en el tiempo que tienen un distorsionado concepto de la realidad. La novedad es que Álex de la Iglesia haya bajado los decibeles respecto a sus anteriores films: hay cierta ternura en la relación del abuelo y el nieto, la historia familiar tiene más importancia de lo habitual y la violencia está prácticamente ausente (una sola muerte). Lo mejor son las aportaciones cómicas en el retrato de los “bandidos”: el hincha del Athletic de Bilbao que no tiene nada de vasco, el arrastrado que tiene un momento antológico cuando manda un telegrama a su novia y el colgado de la horca que siempre lo dejan olvidado. Lo peor es la intranscendencia de los personajes de la familia (Carmen Maura como la madre empresaria exitosa, Eusebio Poncela como su ayudante anodino y Terele Pávez como la abuela cuyo único consejo es sobre las drogas) y el excesivo metraje (más de dos horas). Al menos De la Iglesia sigue planificando con brío y determinación (la persecución de la diligencia en el prólogo y la primera representación del show así lo muestran). La banda sonora grandilocuente es cortesía de Roque Baños, colaborador habitual de De la Iglesia. La secuencia de créditos con los nombres y las fotos de los actores remite a Il buono, il brutto, il cattivo (1966), pero no es tan atractiva como podría esperarse. El chiste final con la presencia de Clint Eastwood en el funeral hubiera tenido sentido si el verdadero Eastwood hubiera aparecido. De la Iglesia continúa visitando géneros con vocación cinéfila y sin pretensiones renovadoras, aunque 800 balas se trate de uno de sus films más flojos.