Drama en el que un traficante de drogas pasa un último día en libertad antes de ir a prisión por los próximos siete años en New York. En el film hay dos grandes momentos: la secuencia de créditos con panorámicas de New York de noche sin las torres gemelas y el monólogo xenófobo del protagonista impecablemente visualizado. El resto es llevado con corrección y profesionalidad por Spike Lee, pero le falta un poco tensión para mantener la atención a lo largo de 135 minutos. Las fallas aparecen en el estereotipado retrato de los policías de la DEA y de los mafiosos rusos, simples caricaturas. Los amigos del protagonista, un profesor tentado por una estudiante y un corredor de bolsa arrogante, no terminan de perfilarse. El retrato de la amargura y la desazón de New York post 11/9 se suma al conflicto del protagonista. Las señales del pasado reciente las podemos ver en el cartel de Osama bin Laden buscado, las fotos de los bomberos muertos en el bar del padre del protagonista y en los restos del WTC vistos desde el edificio de enfrente. La resolución deja abierta la posibilidad de fuga en la voz de Brian Cox. La película es una demostración de que los mejores films de Spike Lee provienen de las historias sin afroamericanos.