Drama en el que un escritor se aloja en una habitación de un hotel en Hong Kong en la década de 1960. Especie de secuela de In the Mood for Love (2000). Wong Kar-wai realiza su film más exuberante formalmente y ambicioso narrativamente. La película profundiza sus búsquedas en el romanticismo y la experimentación narrativa. A partir de la abrumadora belleza de las imágenes y los sonidos y de la introspección en la mente del protagonista, termina creando un mundo propio. La cámara, siempre puesta en un lugar incómodo de la realidad, de la mente o de la ficción, registra la presencia constante de sombras, paredes, marcos o agujeros transformando al film en un ejercicio formal fascinante que permite y limita la visión al mismo tiempo. Su propuesta conecta con algunas de las cuestiones centrales de la modernidad cinematográfica: cómo contar historias cuando todas las historias han sido contadas y cómo redefinir las nociones de tiempo y espacio. La respuesta que da es tan simple como contundente: desentenderse de la historia y dejarse seducir por las sensaciones para relativizar constantemente el tiempo y el espacio. Todavía es necesario cierto anclaje en los géneros. En ese sentido Wong Kar-wai parece ser el único maestro contemporáneo del melodrama y, en este caso, hace una pequeña incursión en la ciencia ficción a partir de la historia del escritor que transcurre en el año 2046. El film por momentos puede parecer asfixiante e impenetrable a causa de la construcción sobre la base de primeros planos y de planos detalles que dan la impresión de imágenes tomadas a escondidas. Pero es absolutamente coherente con el punto de vista que adopta, la mente del protagonista. El segmento ambientado en el año 2046, con androides multicolores y el tren que viaja en el espacio y el tiempo, no resulta tan poderoso visualmente y riguroso narrativamente, pero proporciona un oportuno escape a la realidad. Y si la pregunta final puede ser: ¿para qué semejante despliegue? Si la única respuesta posible es destruir todas las nociones de gramáticas y semiologías, más allá de la opinión de escépticos y relativistas, Wong Kar-wai es uno de los pocos directores que sigue explorando las posibilidades del cine.