Cuento de terror y ciencia ficción en el que un misterioso conductor de un auto negro venido del espacio desafía a una pandilla de piratas del asfalto en un pueblo de Arizona. La película tiene un muy lejano encanto más allá de la simpleza de su premisa, el esquematismo de su desarrollo, el nulo sustento fántastico del la historia y la banalización del tema de la violencia y la venganza. El hecho de no tener un protagonista central hacen que las escenas sean autosuficientes. Pese a encabezar los créditos, Charlie Sheen sólo aparece en un puñado de escenas. Sherilyn Fenn nunca estuvo más preciosa que en este film. Nick Cassavetes interpreta al villano de pacotilla de turno. Y Randy Quaid es el policía que no investiga ni descubre nada. La música está compuesta de canciones de hard rock de la década de 1980. Las escenas en la hamburguesería del pueblo chorrean grasa por los cuatro costados. Y las persecuciones y carreras dejan de tener gracia desde que sabemos que el auto negro es invencible. El film tiene cierto esquema de slasher en el sentido de que el asesino se venga de un grupo de jóvenes que causaron un daño, incluso hasta hay un par de tomas subjetivas de acoso, pero el hecho de que los mate a través de carreras de autos y de que las víctimas sean tan despreciables que ni siquiera nos preocupamos por su destino, invalida esa filiación con el slasher.