Cuento de terror en el que un niño ve fantasmas y es tratado por un psicólogo en Philadelphia. El film combina efectivamente el drama, el thriller y el terror. Logra traducir el padecimiento del niño en escenas tenebrosas a partir de una impecable visualización del mundo de los muertos. Shyamalan no fuerza al terror. Los fantasmas comparten el mundo de los vivos, deambulan sufriendo con la apariencia de cómo murieron y da la impresión de que realmente están allí. La ausencia de efectismos para mostrarlos recuerda al excelente abordaje fantástico de Candyman (1992). Las apariciones (la ama de casa, las tres personas ahorcadas en la escuela, el niño con un hacha en la cabeza, la niña asesinada y algunas más sobre el final) proveen los momentos de mayor angustia y tensión de la película. Los constantes pasajes en la iglesia y una original variación a la escena con la cinta remiten a The Exorcist (1973). También Carrie (1976) puede ser una referencia, a partir del niño con algún tipo de poder sobrenatural. El sentido del humor no está ausente y cobra importancia con el paso de las escenas. Las fallas se pueden localizar en el retrato del matrimonio en crisis del psicólogo. El giro del final es por lo que será recordado el film, pero está lejos de ser lo mejor de la película. Al menos evita el previsible clímax super maligno. La década de 1990 se despide con un modélico exponente del cine de terror.