Cuento de terror musical en el que unos desperdicios radiactivos crean un monstruo marino que acosa las playas de un pueblo de Connecticut. Más allá de la apariencia ridícula del monstruo y de los números musicales en la playa que adornan la primera parte como explotación de Beach Party (1963), Del Tenney tiene algo que el cine de terror moderno va a reclamar a todos sus realizadores: estilo. En consecuencia la fotografía en blanco y negro, el uso de la música y los sonidos, el tono de las actuaciones, la temporalidad de las escenas y algunas fugas poéticas de la puesta en escena logran sostener la propuesta y anticipar futuras inclinaciones del género. En especial la asociación entre la recreación de los jóvenes que anticipa la masacre. Los monstruos tienen predilección por las chicas adolescentes y asaltan una fiesta de pijama en la casa de una de ellas. Más tarde acosan a dos amigas que caminan tarde en la noche. Algunas gotas de chocolate líquido se derraman por la pierna de la primer víctima. Los conflictos amorosos de los jóvenes, los bailes a la luz de la luna, las coreografías de baile ante la mirada de los extras (habitantes del pueblo) sonrientes, un viaje ida – vuelta en convertible a los rascacielos de Manhattan y un clímax esperpéntico con explosiones de luz y sonido que eliminan a los monstruos uno a uno son algunos de los puntos altos de esta joya del cine de terror de la década de 1960.