Thriller en el que un escritor es contratado para escribir la autobiografía de un ex primer ministro británico en una isla de New England. Luego del reconocimiento de la academia de The Pianist (2002) y una película fallida, Oliver Twist (2005), Polanski vuelve al género que mejor maneja. Más allá de las nada disimuladas similitudes del personaje del ex ministro con Tony Blair y de las referencias al contexto político actual, lleva el film a su terreno. Si toda buena película de suspenso siempre recuerda a Hitchcock, no está de más marcar las diferencias que hacen de Polanski un autor personal. En ese sentido el respeto obsesivo del punto de vista del protagonista, la disparidad de fuerzas (el principal enemigo siempre es interior) y la irrupción del realismo en el molde de género acentúan el tono enfermizo e introspectivo del film. En lo que sí coincide con Hitchcock es en mantener el juego de la representación hasta las últimas consecuencias. Por lo que el provecho que saca de los actores es inmenso. En este caso el par de secuencias y entrevistas en que el protagonista se acerca a la verdad, la sensación de corporalidad del decorado y la utilización de la música de Alexandre Desplat resultan impecables. El polaco errante sigue dando muestras de su enorme talento pese a que ya nadie espera demasiado de él.