Cuento de terror en el que una niña de 12 años es poseída por el diablo y se le realiza un exorcismo en Washington. La película de Friedkin sorprende por el realismo que desprenden sus imágenes despojadas de toda coartada con el género fantástico. El film es un virulento ataque a la razón y a la ciencia. Pero en el enfrentamiento entre el bien y el mal que plantea persiste el sustrato un poco reaccionario de la novela de William Peter Blatty. Después, además de llevar al límites todas las situaciones (vómitos, el giro completo de la cabeza) y de no dar ningún tipo de concesiones (masturbación con la cruz, la imagen de la virgen que llora sangre), hay una paciente elaboración del terror, y todos los golpes de efecto tienen su contrapunto dramático. La resolución con una larga sesión de exorcismo es la perfecta culminación. Dick Smith hace un trabajo antológico con los efectos de maquillaje porque todo sucede delante de la cámara.