Policial en el que un productor de cine es secuestrado, escapa y desaparece en Los Angeles. Wenders vuelve a los Estados Unidos con la obsesión por las nuevas tecnologías, un alambicado relato de varias personajes y una reflexión sobre la violencia y el consumo. Pero le cuesta superar un guión arbitrario. Es que las raíces del género policial quedan anuladas por tantos monitores y personajes, la parsimonia narrativa es incapaz de generar algo de misterio y hay flagrantes errores de casting (Bill Pullman como el director, Loren Dean como el detective). Por no mencionar un inexplicable flashforward, la falta de equilibrio a la estructura, la mirada maniquea a los inmigrantes (buenos y abnegados) y la ridícula historia de amor de la aspirante a actriz y el policía. Eso sí los colores verde, rojo y amarillo de la fotografía y la guitarra de Ry Cooder de la banda sonora tienen la capacidad de seducir. Pero el retrato que hace del mundo del cine (sin nombres y apellidos y repleta de lugares comunes) es indigno de alguien que alguna vez fue cinéfilo. Tal vez dentro de años sea un film de culto (las cosas de la serie B), Mientras tanto, mejor olvidarlo.