Cuento de terror en el que tres estudiantes de cine se pierden en un bosque embrujado tratando de filmar un documental sobre la leyenda de una bruja en Maryland. Myrick y Sánchez hacen un acercamiento híper realista a la estética del cine de terror. La película asume el formato de falso documental y todo lo que se ve es lo que registraron los propios actores. Si bien es válido el intento de renovar el género y algunos momentos quedarán en su historia, el film está muy lejos de ser una obra maestra o una ópera prima rompedora. El principal mérito de la película es que lleva hasta el límite la idea de no mostrar la amenaza (ya sea por razones estéticas o presupuestarias). Busca deliberadamente asustar y angustiar. Hacía años que el terror no era tratado de una forma tan directa. Y es absolutamente coherente con su propuesta nada complaciente hacia el espectador: la puesta en escena está reducida a lo mínimo. El problema es que al eliminar la forma visual tradicional de composición y de selección, las imágenes se convierten sólo en transmisoras de información y esa información después debe convertirse en miedo (mediatizado). Así, no se puede construir una atmósfera constante, sostenida y progresiva. Eso sí, en este marco los sonidos (de la naturaleza, disparos, risas y gritos) sí funcionan como terror en estado puro. El clímax quedará en la historia del género y la última imagen es imposible de olvidar. Pero paradójicamente este secuencia tiene que recurrir a la acción y lo afectivo (el espacio vacío), por lo que la reformulación de las coordenadas del género no es tan extrema. Más allá de que sea discutible, el film ahonda en la capacidad de asimilar lo sobrenatural. Es una lástima que esta idea no tuvo prolongación en los incontables films de terror que adoptaron el mismo formato.