Slasher en el que un grupo de estudiantes de medicina hacen una fiesta de fin de año en un tren en movimiento y empiezan a ser asesinados por un asesino enmascarado en Norteamérica. Spottiswoode saca provecho de la ambientación, del espacio acotado, de la fotografía y de las luces sin forzar demasiado el guión o la puesta en escena para, de vez en cuando, construir una atmósfera inquietante. Si bien la premisa es algo rebuscada y la resolución, previsible, logra hacérnoslo olvidar porque algunos personajes y algunas actuaciones tienen cierta consistencia.
El problema es que los slashers canadienses tienden a sobrecargar la trama y el concepto del subgénero. Tal vez tenga que ver con cierto complejo de inferioridad respecto al cine de Hollywood. Terror Train no es la excepción y, pese a tener algunas virtudes evidentes, termina cometiendo los mismos errores que Black Christmas (1974), The Clown Murders (1976) y Prom Night (1980): problemas con la dosificación de la información, con el punto de vista y un retrato condescendiente de los personajes secundarios. En este caso el comienzo no puede ser peor: la acumulación de bromas pesadas descalifica inmediatamente a los personajes. Después, pese a que la ambientación en un tren durante toda una noche es propicia para un cuento de terror, el hecho de desarrollarse durante un evento recreativo, le quita buena parte del suspenso y la tensión que podría darle esa ambientación. Algo que termina afectando la visualización de los asesinatos y el clima general del film. Por no hablar de la incapacidad de los personajes de darse cuenta de la desaparición de los cadáveres hasta la cuarta víctima. Otro aspecto poco feliz es la presencia de David Copperfield y sus números de magia que, pese a ser asombrosos, no lucen en el cine porque en cada corte de montaje se pierde toda la magia.