Comedia de gangsters en la que un promotor de boxeo trata de arreglar una pelea mientras unos ladrones amateurs roban un diamante de una agencia de apuestas en Londres. Parece que a Ritchie le gustó tanto el chiste de Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) que, con vistas al mercado de Hollywood, trata de repetirlo con más presupuesto. El resultado es lamentable. Luego de un arranque medianamente simpático y original (la secuencia de créditos con cámaras de seguridad sigue a unos ladrones disfrazados de rabinos), el film se convierte en una innumerable serie de despropósitos. Sólo por mencionar algunos: el montaje que presenta los nombres de los personajes le arrebata al protagonista la condición de narrador (puro artificio), los recursos de videoclip tratan de camuflar el vacío de las imágenes, la violencia de juguete se supone graciosa, el humor se construye sobre la burla del estereotipo (judío, negro, gitano) absolutamente repugnante. Eso sí, la banda sonora es brillante. Hay lugar para el funk soul (The Johnston Brothers, Maceo), la electrónica (Klint, Overseer, Mirwais) y el trip hop (Angel de Massive Attack). Pero la historia del robo del diamante, con constantes vueltas, personajes estúpidos y violenta resolución, fagocita la historia del arreglo de la pelea que pintaba mejor. La película es un capricho inexplicable cuyo éxito comercial le hizo más daño aún a Ritchie que si hubiera pasado desapercibida. Sus siguientes films lo confirman.