Psycho thriller en el que un asesino prepara juegos mortales para sus víctimas en Buffalo. Con la ayuda del festival de Sundance y la distribución de Lionsgate, la película no sólo evitó el estreno directo al video, sino que se convirtió en un sorpresivo éxito de taquilla que renovó la pacata cartelera del cine de terror americano. Pero no hay dudas de que el film es desparejo. A favor tiene la sucia, oscura y claustrofóbica descripción de ambientes y cierta libertad narrativa que permite hacer surgir lo imprevisible. En contra tiene a unos actores que no se sabe si están jugando con sus papeles o simplemente están arruinados y algunos excesos sobre el final que rematan la ligera credibilidad del relato. Pero hay que considerar que el aficionado a este tipo de films no presta mucha atención a esas cuestiones. Eso sí, la dosis de morbo, sadismo y tortura que tiene es poco común para el cine de género actual, repleto de terrores digitales y fantasmales. Wan demuestra ser un fiel aficionado al género, desde los giallos de Dario Argento, con un muñeco sacado de Profondo rosso (1975) y la locura de la década de 1970, con Tobe Hooper a la cabeza, hasta el delirio oriental de Miike Takashi, con la cabeza de vaca sacada de Gozu (2003). Claro que al final, con la persecución en cámara rápida del policía al asesino, un Cary Elwes histérico y las múltiples peleas forzadas en paralelo no sabemos si nos están tomando el pelo o los realizadores se contagiaron de la locura del asesino.