Melodrama en el que un ex tenista que se codea con la clase alta tiene una amante inestable en Londres . Finalmente tenía que llegar esa película que Allen nos debía hace veinte años, después de un nivel progresivamente descendiente de la calidad y las pretensiones de su obra. Si bien los temas son los de siempre, el amor, la pareja, la infidelidad, el trabajo y el arte, el enfoque es radicalmente diferente porque asume el punto de vista de un personaje que tiene poco que ver con el propio Allen. En consecuencia la película gana visual y narrativamente como pocas veces en Allen y deja al film cerca del terreno de Chabrol o Truffaut (¡basta de Fellini y Bergman por una vez!). Podría verse hasta como una historia de amor materialista en la que la lucha de clases determina el futuro de la pareja y en la que Allen sigue siendo pesimista. La pareja protagonista de Jonathan Rhys Meyers (cuyo solo rostro puede sostener el film) y de Scarlett Johansson (que irradia sensualidad por todos sus poros) es inmejorable. El único reparo es el desequilibrio de las dos partes. En el ascenso del protagonista se manifiestan las dudas. Cuando trata de mantenerse, se vuelve previsible. En el medio, los personajes se desdibujan. Un “retorno” triunfal o puede ser una auténtica revelación de una faceta desconocida de Allen.