Drama en el que un empleado de oficina es acusado de un crimen que desconoce y llevado a un proceso que se demora en un no mencionado país. Welles adapta fielmente a Kafka en la forma de combinar realismo y pesadilla, pero la puesta en escena no esconde sus excesos visuales barrocos y expresionistas. El relato no pierde nunca el tono eminentemente mental. Los extraños encuentros con las mujeres y los personajes que lo observan constantemente crean un clima asfixiante. La estética del film está a tono con las nuevas olas europeas. El pasaje a la modernidad cinematográfica no se nota tanto en Welles porque siempre fue el más moderno de los directores clásicos.