Drama en el que un veterano director de cine porno vuelve a filmar una película en Paris. Nada más alejado que un retrato de la industria pornográfica, un intento de representación del sexo en el cine o una excusa para una película erótica al uso, el film más bien es un serio estudio de personaje que no descuida la postura ideológica y política. En un principio la película desconcierta por la estructura de film dentro de film (porno), por una escena hardcore de eyaculación y por la aparición del personaje del hijo. Pero no es más que la estrategia narrativa oblicua de Bonello. Después, la frialdad con que el protagonista se separa de su esposa, la revisión de los ideales del mayo de 1968 y los pequeños apuntes o las fugas narrativas (el baile con la actriz, la persecución y las imágenes de Dreyer) van perfilando el doloroso despertar al paso del tiempo y el choque con la realidad. Entendemos el estado de ánimo y la búsqueda de cambio cuando el protagonista se da cuenta que no puede dirigir una escena, se confiesa en una entrevista y el hijo reconoce ahora a los jóvenes. La forma de Bonello de componer y de montar las imágenes con una bella lejanía y extraña familiaridad crea un clima de excitante tranquilidad. Bonello toma prestado a Jean-Pierre Léaud para sumarse a los más conscientes herederos de la nouvelle vague (Assayas, Honoré).