Cuento de fantasía en el que el encargado de un edificio recibe la visita de una sirena que trae un mensaje para la humanidad en Philadelphia. El film tal vez sea el menos inquietante y perturbador de Shyamalan, pero también el más filosófico y autorreflexivo. El tema es el de siempre: la comunicación entre los seres humano. Más que nunca la trama subraya la cotidianidad como fuente de lo fantástico. Tal vez el choque con figuras arquetípicas (las sirenas y los monstruos) no sea para todos los espectadores. Pero Shyamalan se las arregla para hacer el retrato de un grupo de personajes tan mundanos que generan cierto misterio. La planificación seca y segura crea una atmósfera teatral. El ritmo pausado y relajado mete al espectador en la historia. El aporte de Paul Giamatti como protagonista tiene una mezcla de humanismo, seriedad, desparpajo y comicidad en dosis justas. La película cuela una reflexión sobre la transmisión de sentido, sobre la necesidad de comunicación y sobre la transformación social que no por ser moralista deja de ser oportuna. Algunos considerarán al film sólo como un capricho de Shyamalan, pero tiene una extrema coherencia con su obra anterior.