Psycho thriller en el que un pintor acepta un trabajo como asesino a sueldo, pero cuando lo hace no le quieren pagar en Los Angeles. Con cierta base de policial negro y algunos toques de comedia, el film en todo momento es una apertura hacia el horror en su más amplia concepción. Gordon se propone romper todos los ornamentos que definen a este tipo de relatos dominados por el efectismo y la manipulación. El film se sostiene en la violencia realista, la cámara al hombro, la iluminación natural y los decorados improvisados. Lo que queda al desnudo son algunas temáticas de siempre de Gordon (el combate de Eros y Tánatos, la naturaleza animal del hombre) con más fuerza que de costumbre, la cuestión del poder (una vez que se quiebran ciertas barreras, no hay nada imposible) y una estructura narrativa que no teme a los bruscos cambios y la desestabilización de su centro. Desde la ausencia del cuestionamiento moral del protagonista y las escenas de tortura meticulosamente descriptas, pasando por las alucinaciones de naturaleza psicosexual, hasta las conexiones con una leyenda medieval y el destino fatalista de los personajes, Gordon compone un nuevo conjuro del horror. Ahora que las productoras especializadas en el cine de terror han desaparecido y que ya tiene una obra sólida y abundante, Gordon puede encontrar su lugar en el circuito indie.