Cuento de terror en el que una familia con un hijo de 8 años en coma es acosada por fantasmas y demonios en Los Angeles. Wan sigue con sus esfuerzos por borrar todo residuo del sadismo de Saw (2004) y por reivindicar la estructura clásica del género. Cada vez está más cerca de lograrlo. En principio el film juega con el esquema de la casa encantada y el cuento de fantasmas: explora la base melodramática de la historia, el trabajo con la fotografía y el color resulta impecable, la banda sonora de Joseph Bishara tiene cumbres estridentes y la puesta en escena rehúye casi totalmente a los efectismos digitales. La película logra darle una entidad al miedo y al mal. El problema entonces no es el cómo, sino el cuándo. Cuándo romper la diégesis, cuándo insertar un primer plano o cuándo recurrir al montaje paralelo para extraer todo el poder afectivo del plano o de la escena. Allí todavía está lejos de los maestros que admira. Los personajes de los caza fantasmas están fuera de lugar y el clímax pierde impacto por su inseguridad. El film no puede sostener la atmósfera. Wan trata de separarse del Splat Pack para ser el próximo maestro del terror. Aún debe pulir ciertos aspectos.