Drama en el que unos burgueses simulan ser idiotas en una casa de Copenhague. El segundo film del experimento Dogma 95 ya muestra el gran problema del movimiento. Al tratar de negar las reglas y la estética de los films convencionales asume la misma postura artificial que intenta rebatir. Una película así sólo sería auténtica si fuera hecha por un cineasta realmente inexperto. El uso paroxístico de la cámara al hombro y el montaje fragmentado quitan todo el valor a las imágenes. En el fondo, no hay diferencia entre Idioterne y cualquier film de Tony Scott. A diferencia de Festen (1998), un melodrama crudo y duro, Von Trier ensaya un ejercicio metadiscursivo de una doble simulación. Pero en el cine dos más dos rara vez es cuatro. En fin, el señor Von Trier parece que está enojado (contra qué, no se sabe) y que quiere romper reglas (para crear qué, tampoco).