Mezcla de film de yakuzas y cuento de terror en el que un miembro de un clan mafioso pierde al compañero que debe matar en Kyoto. Miike deja volar la imaginación más que nunca en un policial que pierde nunca la constante sensación de pesadilla de los clásicos del film noir. Construye un surrealismo cercano a los mundos de David Lynch en Erasehead (1977) y Lost Highway (1997), con climas extraños y personajes freaks. Y como nadie es capaz de unir lo solemne y sublime con lo ridículo y absurdo en un cine sin ningún tipo de complejos. En el film hay imborrables imágenes o momentos como el yakuza paranoico que asesina un caniche, la entrada al bar en la que los personajes repiten lo mismo, la encargada del hotel que se le insinúa al protagonista con leche materna, el personaje con la cara blanca que dice que tiene un problema de pigmentación, la cabeza de vaca que se aparece en una pesadilla al héroe, los trajes de piel tatuada por los que reconoce a su hermano, el jefe que debe utilizar un palo para lograr una erección y la muerte estrafalaria que reúne eyaculación y electrocución. Hasta llegar a un resolución que rompe todos los esquemas de representación del sexo, la violencia y el horror con la mano que sale de otro cuerpo. En el epílogo nunca en film de terror puede dejar semejante sonrisa. Aunque Gozu carece del rigor de Dead or Alive (1999) o de Audition (1999) y Miike a veces parece dejarse llevar sólo por la intención de sólo “sorprender”, hay lugar para interpretaciones más serias sobre la identidad sexual y el desdoblamiento corporal que nos dejan el mismo sabor que los films de David Cronenberg y Davis Lynch.