Drama en el que un joven genio con problemas para adaptarse recibe ayuda de un psicólogo en Boston. Parece mentira que con semejante guión, ridículo por donde se lo mire, que busca conflictos donde no los hay, con diálogos y situaciones “ejemplificadoras”, con el más miserable retrato de un psicólogo puesto en la pantalla y con un final sentimentaloide a más no poder, haya resultado un film al menos decente. Todo se debe al trabajo de dirección de Van Sant que puntúa un par de escenas (la charla en el parque y la pelea con la novia) con simpleza y crueldad, que recurre a un estilismo distante para hacer pasar el tiempo (los viajes en el tren, las luces que entran por las ventanas), que deja la cámara quieta cuando debe hacerlo (escena en la cama en la oscuridad) y que incluso se burla y parodia lo que está filmando (la pelea callejera en ralentí y primeros planos). Parece que Van Sant arriba al lugar que quería estar. Ya tendrá tiempo para resarcirse.