Comedia musical en la que tres bailarinas desempleadas ayudan a un compositor a estrenar un musical de Broadway en New York. Tercera adaptación de la Warner de la obra de Avery Hopwood. Ginger Rogers en un vestido hecho de monedas de metal abre la película cantándole a la cámara hasta un primerísimo primer plano y que los acreedores de la oficina del sheriff de la ciudad se llevan todo el decorado. La crisis económica golpea al mundo del espectáculo. Las tres coristas comparten departamento, cama, desayuno y las botellas de leche del pulmón interno del edificio. Por suerte tienen como vecino a un joven Dick Powell que toca el piano y canta cuando las visita el productor despechado. De la nada, tienen un musical en ciernes. La proporción deformada en las coreografías de Busby Berkeley ya habían brillado en las películas de Lloyd Bacon del mismo año, pero aquí el contraste es más marcado con la realidad: el bebé en patines que marca el paso, la figura luminosa de las guitarras que se forman en plano cenital, la cámara que se desliza por la imaginaria barra espejada donde está la pareja de enamorados. Durante esas secuencias nunca no se sabe si el film está empezando, terminando o llegando a su clímax.