Gloria (1980)

Policial en el que una mujer debe cuidar de un niño que le mataron la familia y es buscado por la mafia en New York. El film no entra en ninguna categoría: es un producto de género que juega con un incómodo realismo, fuerza a niño de seis años a un duelo actoral con una actriz de primera, Cassavetes no se preocupa por dar muchas explicaciones de la trama y por momentos el guión toma giros rebuscados. Ante todo se impone la presencia de Gena Rowlands y la descripción para nada artificial de las calles de New York.

En apariencia, la película es una de las concesiones que Cassavetes hizo hacia los estudios sobre el final de su carrera: un policial con tiroteos, persecuciones y mafiosos. Un guión donde las apariciones y las desapariciones de los personajes y donde los encuentros y los desencuentros de la pareja se multiplican y desbordan el marco realista que necesita el género policial parecería a primera vista una opción poco válida. El niño se pega al cuerpo de Gloria y ella se hace cargo de una situación que no le pertenece. Pero, por más extraordinarios, dramáticos o absurdos que sean los sucesos que le pasan a los personajes, Cassavetes nunca abandona la postura del “estar con”. El film tiene una de las escenas clave para entender este particular enfoque. En el momento en que Gloria y el chico buscado por la mafia tienen que esperar el tren que los llevará desde New York a Pittsburgh y van al bar de la estación, Cassavetes lleva al extremo uno de sus procedimientos habituales: el seguimiento obsesivo que hace de su personaje en un espacio vacío o desconectado. La cámara se ubica a espaldas de Gloria y de frente al niño dejando ver en el fondo algunas de las otras mesas del bar. La escena se desarrolla normalmente: una charla, un pedido de algo para tomar, una camarera poco servicial. Pero de repente Gloria se levanta y va con el arma que lleva en su bolso a una de las mesas del fondo. En ella están sentados los matones que la persiguen. Lo que es una simple escena de reposo se revela como una escena de acción sin ninguna transición en el medio, ni siquiera un cambio de plano. Cualquier director hubiera montado alguna imagen de los mafiosos, alguna mirada sospechosa, algún gesto cómplice para generar suspenso en la escena. Cassavetes, por su parte, prefiere quedarse en todo momento con su personaje, aún a costa de que, como en este caso, éste sepa más sobre lo que sucede a su alrededor que el espectador. La narración se construye a partir del azar. El punto de partida es la llegada de Gloria al departamento de su vecina en el momento en que los mafiosos están en la puerta del edificio y los encuentros fortuitos con los mafiosos que le advierten que abandone la fuga generan todas las acciones de la película. La ciudad deviene así un gigantesco decorado, una inmensa sala de teatro repleta y vacía al mismo tiempo. De allí la posición que adopta el relato sobre la acción: los acontecimientos siempre se muestran haciéndose, no les pertenecen o les pertenecen sólo a media a los personajes y los espacios desconectados se encadenan sólo en el gesto de los actores.