Drama en el que un hombre discute con su esposa, busca consuelo en una prostituta mientras ella sale con sus amigas a lo largo de una jornada en Los Angeles. El film asume la estética del cinéma vérité, desde la ausencia de score hasta la dilatación de las escenas. Pese al constante movimiento de los personajes, las imágenes desprenden una sensación de claustrofobia, no sólo por la insistencia en los primeros planos sino también por la dilatación temporal de las escenas. La ausencia de ornamentos en los decorados y en la ambientación deja a los cuerpos y a los rostros en su más cercana desnudez. Pero a diferencia de los primeros planos de Ingmar Bergman, Cassavetes monta un pequeño show de expresiones donde hay lugar para la risa, la imitación, el canto, el enojo o la ternura.
La desprolijidad de la puesta escena, los cortes abruptos del montaje, la ausencia de raccord de varios planos subjetivos, el lugar siempre incómodo donde se ubica la cámara, los movimientos temblorosos del objetivo y la prolongación de las escenas ayudan a dar una sensación de “hiperrealismo”. Pero el realismo se da en otro orden al que pretendía André Bazin: se da en el orden del personaje. La actuación funciona como proceso de entendimiento del personaje hasta el punto que logra extraer todo lo que cuerpo y el actor pueden dar en cada una de las escenas. Si todavía hay algún residuo del Actors Studio, en el sentido de que el actor, por debajo de las muecas, también está interiorizando los datos de la situación, la técnica de actuación en las películas de Cassavetes poco tiene que ver con lo que generalmente se llama método. Más que intervalos de impregnaciones y detonaciones, lo que el actor muestra es la continua búsqueda del gesto, ya sea propio o del otro. En todo momento nos ubicamos en el espacio compartido entre el actor, el personaje y la cámara. Por momentos Cassavetes encuadra a sus personajes desde una puerta entreabierta, enmarcándolos en un límite más acotado al de la pantalla. Pero ubica la cámara ahí sólo porque el personaje va a dirigirse hacia ese lugar en breves instantes, atravesando la puerta. Lo que parecía una decisión estilística a la manera de comentario de la escena, en realidad se revela como una anticipación del movimiento del actor. Las transiciones de estados de ánimo que desembocan en acciones son prácticamente imperceptibles. Ninguna acción parece motivada, ni siquiera planificada por la narración. Las constantes escenas de bailes, cantos y chistes ponen a los personajes en un constante estado de actuación y exhibición. Pero no son aplausos los que los esperan al final de su interpretación, sino el duro choque con la realidad.