Drama en el que un traficante americano muere y su espíritu cuida a su hermana stripper en Tokyo. Luego del “escándalo” de Irréversible (2002) , Gaspar Noé vuelve con un ambicioso proyecto mezcla de viaje mental, filosofía budista y experimento formal, que hace agua por todas partes. De las cinco características del cine de Noé, en este caso ninguna se sostiene por sí misma: de la virulencia de las imágenes, no queda nada; la dimensión afectiva, no se sostiene por la ridiculez de la historia; la reflexión filosófica, no puede tomarse en serio; la suspensión del relato, aquí tiene un efecto deshumanizador; y el virtuosismo técnico, fagocitado por los efectos digitales. Si su idea de viaje mental es una secuencia de créditos electro shoqueante, una cámara que se sumerge en los orificios y unas imágenes de luces que se mueven en un túnel estamos en el terreno de una peligrosa simplificación. Si su idea de la sexualidad es la fijación en la imagen primogénita, la pulsión bucal, anal e incestuosa o la visualización del proceso de gestación, estamos en el terreno del manual de psicología básica. Pero aún así hay un par de características redentoras del film: hay algo de intransigencia y de vanguardismo que pone la experiencia ante todo y, además, el título ya lo anuncia todo, el film es un anunciado viaje a ninguna parte. Noé da su salto al vacío. Lástima que lo hizo demasiado pronto. No tenía mucho para volar.