Drama en el que un hombre de negocios casado se lanza a una noche de excesos en New York. La pregunta del desprevenido sería ¿qué hace Stuart Gordon, un profeta del sexo y del gore, en una adaptación de una obra teatral de David Mamet? Lo cierto es que Gordon y Mamet tienen un origen compartido (en el teatro underground de Chicago de la década de 1970) y unos universos similares (pese a desenvolverse en géneros diferentes). A partir de la gran interpretación de William H. Macy, de la dinámica dirección de Gordon y de los diálogos filosos de Mamet, el film crea un personaje fascinante desde el asumido artificio, el más puro patetismo y la distancia irónica. Si bien parece un misógino racista tacaño, también es un hombre que quiere sacarse la máscara, que sabe de sus debilidades y que choca constantemente contra el mundo. Tal vez él no sea el problema. Aunque la película entra en la dinámica de la tragicomedia, adopta algunas poses de psycho thriller y hasta recurre al drama carcelario, es muy difícil encasillarla (como a su personaje). Cuestiones más filosóficas como el origen de la tragedia o la posibilidad de cambio están expuestas en las velocidad de los diálogos, pero no caen en pedanterías. Pese a que la resolución puede parecer sorpresiva o ingeniosa, no es ni más ni menos que lo que el protagonista busca: salirse de un esquema mental autodestructivo. Gordon se reinventa dentro del esquema teatral y del cine indie de gran reparto, pero sigue siendo el mismo.