Policial en el que un inmigrante africano, taxista y conserje de hotel, descubre una red de tráfico de órganos en Londres. Stephen Frears resuelve el film con sobriedad y profesionalidad, sin cargar demasiado las tintas en las temáticas sociales. Los puntos altos hay que ubicarlos en la interpretación de Chiwetel Ejiofor (uno de los mejores actores negros no americanos), en la fotografía de Chris Menges que captura las sucias calles de Londres pero también el lujo del hotel y en la música de Nathan Larson con ritmos electrónicos propios del siglo XXI. Todos los personajes de la película son extranjeros y la mayoría desarraigados: el protagonista nigeriano no quiere dormir y se droga (podría estar sacado de una película de Paul Schrader), la turca perseguida por los agentes de inmigración (Audrey Tautou, muy lejos de Amélie Poulain), el dueño del hotel español desagradable, el médico coreano de la morgue amigo del protagonista, el portero del hotel, también coreano, que sí trabaja en regla y la prostituta negra cliente habitual del hotel. A Frears no le interesa tanto el suspenso o el misterio, aunque el comienzo a la Blue Velvet (1986) es sugerente, sino la descripción de un ambiente adverso a los protagonistas. Un principio de historia de amor interracial e imposible no está del todo aprovechado. Sobre el final cobra vuelo el carácter trágico de la historia. El protagonista entrega un órgano y se presenta: “Manejamos sus taxis, limpiamos sus habitaciones, chupamos sus pijas”. La pareja diciéndose “te amo” en voz baja a distancia y el llamado del protagonista a su hija con un simple “vuelvo a casa”. Otra confirmación del oficio de Frears, capaz de trabajar a los dos lados del océano con las mismas solturas y limitaciones.