Cuento de terror en el que un joven recibe un muñeco ventrílocuo y muertes empiezan a suceder a su alrededor en un pequeño pueblo de los Estados Unidos. Luego del éxito inesperado de Saw (2004), James Wan no se repite en el sadismo, sino que incursiona en un cuento de fantasma a la antigua. Inquietudes y conocimiento del género tiene, como demuestra la música con reminiscencias a Goblin, cierta atmósfera de Dolls (1987), la utilización del silencio como elemento aterrador y el giro inesperado del final. Resulta saludable que un gran estudio como Universal se haya fijado en su talento. Pero recarga tanto el estilo visual, con una fotografía barroca, que descuida a los personajes (vacíos y unidimensionales) y la sensación de vacío domina gran parte de la función. Eso sí, la película tiene alguna secuencia inspirada como el flashback que muestra el esplendor del teatro en la década de 1940. Sobre el final el film remonta gracias a la escena con los cien muñecos en la pared y a una resolución que rehúye al happy end. Pero igualmente no alcanza para inclinar la balanza a su favor. Wan es un hábil reciclador de una estética del terror más europea que americana, pero todavía le falta encontrar una identidad propia.