Comedia dramática en la que un periodista de la farándula se divorcia de su esposa y quiere escribir una novela en New York. Woody Allen vuelve a Fellini, con La dolce vita (1960) como referente ineludible, ya sea por la fotografía en blanco y negro, el retrato del mundo del espectáculo o el personaje en crisis. Pero los tiempos son otros. El principal inconveniente del film es que la puesta en escena realista prefiere el objetivismo crítico al subjetivismo cómplice, por lo que la autoridad de quien mira se resiente. Después, la interpretación de Kenneth Branagh puede irritar o no, pero es una imitación de Allen, la naturaleza episódica de la historia se desmorona, el reparto está cargado de estrellas que no encuentran el tono, la resolución triste, pesimista y resignada es facilista, el pedido de ayuda final no tiene sentido trágico y la efectividad de los gags depende del estado de ánimo del espectador. No es ni mejor ni peor que los últimos Allen de la década de 1990. Pero no deja de ser un paso en falso de Woody Allen porque cae en lo que siempre se preocupó por evitar: la pretensión y el juzgar.