Thriller bélico en el que una cantante judía se une a la resistencia holandesa durante la segunda guerra mundial. Hay que saludar el retorno a la dirección luego de seis años y la vuelta a Holanda después de más de veinte años de un Paul Verhoeven que sigue siendo el mismo, con más libertad ahora y sin tener que rendir cuentas a Hollywood. La película permite comprobar lo mucho que ha cambiado el cine en estos seis años a partir de la exaltación de la fantasía en las grandes producciones y el falso realismo del cine de arte o el cine de pretensiones que prácticamente no ha dejado lugar para films como este. Es que más allá de las provocaciones varias, la exaltada mirada a la violencia, la carnal presencia del sexo y la falta general de sutiliza, Verhoeven no deja de ser un director clásico y lúcido, muy pensante, honesto y fascinante cronista de la crueldad. En este caso conduce el relato con un vértigo que no impide la reflexión, jamás cae en caricaturas fáciles de buenos y malos de la segunda guerra mundial y crea una de las heroínas femeninas más fuertes y vivaces que ha dado el cine últimamente. Al igual que Hitchcock, Polanski y Godard hay una rendición absoluta a los encantos, al físico y a la mirada de la protagonista femenina. El film es un paso oportuno para Verhoeven. Su carrera en Estados Unidos había llegado a un callejón sin salida. Ahora puede tener más libertad.