Cuento de terror en el que tres mujeres deben subir las escaleras de un edificio de una fábrica abandonada en Québec en un futuro apocalíptico. Hussain continúa la senda experimental de su ópera prima, esta vez con una narrativa más lineal, una planificación más segura y una administración el surrealismo. El resultado es uno de los films más aterradores de la década de 2000. Si bien las actuaciones están en otro mundo, las explicaciones que da de la trama son mínimas y los diálogos pueden parecer pretensiosos, pocos films pueden mirar al horror cara a cara con tanta calma y tranquilidad como este. Hussain se apoya en una magnífica ambientación, en un diseño sonoro absorbente y en una imaginativa puesta en escena para construir una atmósfera enrarecida y turbadora. En ese sentido, cualquier pequeña modificación, retorno a la normalidad o alteración de la situación inicial resulta tan inquietante como desasosegante. Hay que tomar nota de cómo un simple cambio en el ángulo de la cámara en un montaje de plano y contraplano o un encadenado de travellings laterales seguido de un plano subjetivo de frente (el movimiento Dreyer en Ordet (1955)) pueden sugerir el horror más profundo. En este ambiente, la simple utilización de una canción pop, Playgirl de Ladytron, no hace más que aumentar la desolación de las protagonistas. Hussain se confirma como uno de los directores más originales y valientes del cine de terror de la década de 2000. Lástima que pocos lo hayan notado.