Melodrama en el que una mujer casada tiene un affaire con un conde en St. Petersburgo en la década de 1880. Luego de más de 60 años Hollywood se acuerda de la novela de Tolstoi (la última versión americana fue con Greta Garbo en la década de 1930), ahora con la posibilidad de filmar en los escenarios rusos reales de la acción. La elección de Bernard Rose como director tal vez no sea la más acertada. Su habilidad para el género de terror es equivalente a sus pretensiones de entrar en el cine de qualité. En este caso cae en el peor vicio de la adaptación: la ilustración y el resumen. A partir de allí, todas las decisiones y los recursos son discutibles. Las más evidentes son la elección de Sophie Marceau en plan gelidez de Isabelle Adjani, narrar la historia paralela de la prima de la protagonista, la ausencia de tiempo que se toma para establecer el romance y el hecho de que el resto de los personajes secundarios caen en la caricatura. Es una lástima porque de vez en cuando se ven algunos destellos de cine como esos primeros planos que tienen una extraña belleza, el vestuario, los decorados y la reconstrucción de época que lucen impecables y la parte final que adquiere un tono cercano al terror. El estrepitoso fracaso comercial del film (que apenas se estrenó) abortó la carrera en Hollywood de Rose.