Drama en el que un sheriff sufre recuerdos de su padre abusador en un pueblo de New Hampshire. Schrader vuelve a su arquetipo de un personaje a la deriva en un ambiente sórdido, que ya utilizó en Hardcore (1979), American Gigolo (1980) y Light Sleeper (1992). Ahora le agrega una depuración de su estilo y un tono de fábula más marcado. El resultado es perturbador porque indaga en la opacidad de la imagen cinematográfica. La violencia contenida no necesita de explosiones. El blanco de la nieve da un marco ideal a la historia. La sutileza de la banda sonora agrega una capa extra. Las actuaciones que logra son inmejorables. Incluso decisiones peligrosas como el uso de flashbacks con una fotografía de 16 mm granulada, la utilización de la voz en off del hermano del protagonista que sirve como narrador y la trama policial carente de resolución están plenamente justificadas. Ya sea desde la primera escena de la charla con la hija en el auto hasta la última imagen de la casa quemándose en el fondo hay una total ausencia de explicaciones. Schrader llega al mismo lugar que Cronenberg y Ferrara trazando un círculo en su obra.