Cuento de terror en el que un joven despierta de un coma y se encuentra que un virus transformó a casi toda la población de Londres en zombis caníbales. Boyle pone las mejores características de su estilo (la crudeza y el realismo de las imágenes, el excelente uso de la música, el vértigo de las imágenes) al servicio del uno de los film de terror más bellos (las panorámicas de las ciudades y las rutas vacías), emotivos (las relaciones que se establecen entre los cuatro sobrevivientes) y perturbadores (cualquiera de los repentinos ataques de los infectados) de la década de 2000. De hecho Boyle logra llevar al mainstream lo que Romero, Cronenberg y Fulci nunca pudieron. Aunque su concepto de zombis es radicalmente diferente, aquí son extremadamente rápidos y feroces. Estamos en presencia de un film de horror (no terror) en estado puro. Se trata más de la aberración que del miedo. Boyle no intenta jugar con el suspense de la situación, sino mostrar de la forma más cruda posible los violentos cambios de ritmos que la acción propone (apenas avisa los inminentes ataques con planos cortos y total silencio). Así lo demuestran las montañas de cadáveres en la iglesia, los ataques salvajes, los desaforados gritos agónicos y la explotación sexual hacia las pocas mujeres que quedan por parte de los soldados. Incluso el propio protagonista llega a transformarse en una auténtica bestia cuando vuelve a la base militar a salvar a las mujeres. El sustrato ideológico según el cual las sociedad reducidas sacan a relucir las peores características del ser humano proviene del escritor y guionista Alex Garland. Además 28 Days Later… saca un enorme provecho del formato digital, en lo logístico (para lograr filmar el centro de Londres vacío) y en lo estilístico (la crudeza y la atmósfera enrarecida de las imágenes). El impactante clímax utiliza una música tranquila que genera aún más inquietud. Boyle vuelve a sacudir el panorama del cine británico como hizo seis años antes con Trainspotting (1996).